Este plato, considerado en poca estima, era comida propia de los más humildes. Ya en el comienzo del Quijote se menciona como comida de los viernes:
Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda.(Quijote, Rico, 36)
los días que son vigilias y abstinencias [...] vuelvan la vista a la mesa del pobre: verán un poco de abadejo malo, sobre ser poco, con un poco de vinagre aderezado; un potaje de lentejas (que danzan en el agua por ser pocas), pan de lo más barato que hallan y a la noche una ensalada (que ya la compra picada) hecha de hojas verdes de escarolas, que porque dan buen recado por un cuarto se arriman a ella; de este modo pasa el viernes o vigilia, ayunando el día de precepto [...]. Esto se entiende con el pobre, que el poderoso come carne todo el año y no conoce la necesidad… (Santos, F. Las tarascas de Madrid Inst. de Est. Madr. (Madrid), 1976, 322)Enríquez Gómez, en su Siglo pitagórico (1644), las llama las once mil vírgenes en los versos que describen al avaro:
Si en una rueda entraba,Una receta de caldo de lentejas se lee en Hernández de Maceras:
ni aun palabras gastaba,
y cuando se decía
que Fulano su hacienda repartía
se llenaba su pecho de veneno,
que ni aun dar consentía de lo ajeno.
Cuando sacaba de su cofre alguno
(que no sacó ninguno)
doblón, se le pedía de rodillas,
y a las mil maravillas
pacto inmortal hacía
de volvelle doblado al otro día.
El pan, cuando comía, lo pesaba,
y lo mismo también cuando cenaba.
Medía el poco vino que bebía
y en su libro de cuenta lo escribía,
y si acaso faltaba alguna gota,
ponía los criados en pelota.
Daba a logro su dinero
y era tan oncenero
que su reloj de bronce
daba siempre las once,
y cuando con la usura se casaba
por las once mil vírgenes juraba
(Enríquez Gómez, El siglo pitagórico y Vida de don Gregorio Guadaña, pp. 286-287)
Después de limpias y escogidas las lentejas, se echarán a cozer, y después que cuezan un poco, se freyrá una poca de cebolla y ajos picados, y se echará en las lentejas; y toma pan rallado y échaselo para que espessen, con quatro o seys maravedís de especias molidas, perexil e yervabuena; y quando se uvieren de echar en las escudillas, se les echará un poco de vinagre. Es buen caldo, sino que es melancólico, como dize Galeno, cap. 5. (Hernández Maceras, 82)
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