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sábado, 9 de diciembre de 2017

Mejora de la Fibromialgia desde la Nutrición


La alimentación es una potente herramienta de salud, tanto para las personas sanas como para aquellas que tienen alguna patología que cursa con dolor crónico, como la fibromialgia (FM). Aunque esta enfermedad tiene como síntoma principal el dolor, también conlleva cansancio, disfunciones cognitivas, trastornos del sueño, alteraciones gastrointestinales, etc. Además de todo esto, las personas con fibromialgia suelen sufrir otras patologías relacionadas con la dieta como algunas intolerancias alimentarias, el síndrome del colon irritable y la obesidad. Todo ello está estrechamente relacionado con la alimentación, de manera que ésta tanto puede empeorar esos síntomas y propiciar otras patologías, como, al contrario, puede mejorarlos y mitigar o frenar la aparición de otros problemas de salud.

En la comunidad científica se reconoce que el tratamiento más eficaz para esta patología, como en casi cualquiera de carácter crónico, es el abordaje multidisciplinar, en el que no sólo se utilicen los fármacos, sino también la actividad física adaptada, la educación al paciente sobre su enfermedad, las técnicas de relajación, y la terapia cognitivo-conductual. Por el momento, el asesoramiento nutricional no está contemplado en los protocolos de tratamiento de la FM; sin embargo, a día de hoy, ya hay suficientes y sólidos conocimientos científicos que pueden aplicarse para ayudar a los pacientes. Eso sí, es muy importante que cualquier cambio dietético se haga basado en la evidencia científica, y teniendo en cuenta toda la situación particular del paciente (patologías, medicación, posibles intolerancias, etc).

En muchos estudios se ha observado que con la fibromialgia el organismo sufre unas alteraciones metabólicas que son de máxima importancia. Por un lado, hay un elevado estrés oxidativo y también un estado de inflamación crónica, factores que además se retroalimentan en una especie de círculo vicioso: cuanto más estrés oxidativo hay, más inflamación crónica se produce, y viceversa. En realidad, a día de hoy, todavía se desconoce si esto es causa o consecuencia, pero en cualquier caso parece claro que las defensas antioxidantes internas son insuficientes, que hay niveles bajos de minerales y otras sustancias antioxidantes y niveles altos de otras moléculas que son pro-oxidantes (que favorecen la oxidación) y pro-inflamatorias. Cuando hay mucha oxidación, el organismo acumula sustancias de deshecho de su propio funcionamiento y eso, junto a la inflamación, provoca alteraciones a nivel metabólico, endocrino, inmunológico e incluso neurológico. Además, es importantísimo tener en cuenta la relación entre ese estado de oxidación-inflamación y otras patologías, como la obesidad o el síndrome metabólico, y también las alteraciones a nivel de la función gastrointestinal e incluso de la microbiota intestinal (flora intestinal).

Un dato muy sólido que tenemos a día de hoy es que en los pacientes con fibromialgia hay una mayor incidencia de sobrepeso y obesidad, y que cuando se consigue una pérdida de peso, se produce una mejora en la sintomatología y en la funcionalidad de estas personas. Esa mejora se observa especialmente cuando lo que se consigue es una pérdida de masa grasa corporal y no de masa muscular. En este sentido, los pacientes que conservan mejor su musculatura tienen unos parámetros de síntomas y de calidad de vida mejores. Es por eso que con la dieta y el ejercicio muy adaptado se debe conseguir por lo menos mantener la masa muscular. Una dieta adecuada procurará una óptima nutrición con las calorías justas y necesarias (sin que falten ni que sobren) y todos los nutrientes indispensables para el buen funcionamiento del organismo y para la recuperación de todas sus funciones. El dolor y la falta de energía puede empeorarse cuando hay un desequilibrio nutricional por ingesta no adecuada de alguna vitamina, mineral, etc. Por todo ello, es prioritario que la persona que padece fibromialgia tenga una alimentación lo más cuidada posible, con una dieta ajustada en calorías pero a la vez muy rica en nutrientes. Esto ayudará a mejorar la patología, el estado general de la persona, su salud y su calidad de vida. Nuestro organismo es una máquina muy compleja y necesita de muchos elementos para un correcto funcionamiento; si algunos faltan o no están en cantidad suficiente, se generan consecuencias negativas.

Es muy importante tener en cuenta que hay otros factores que están alterados cuando existe dolor crónico y que influyen también en la alimentación y el estado nutricional. Es el caso del descanso, el sueño y el estrés. Los dos primeros son imprescindibles para que nuestro organismo funcione adecuadamente a nivel del sistema nervioso, del metabolismo y del sistema inmunitario. Y el estrés siempre empeora todas las funciones a estos niveles. También se está empezando a observar cómo la microbiota intestinal se ve alterada por todo ello. De manera que dormir poco o mal, y estar bajo situación de estrés de forma continuada, empeora el dolor, altera la alimentación, favoreciendo la ingesta de más calorías, sobre todo en forma de azúcares o grasas (fuentes de energía), y por tanto favorece el incremento de peso.

Estos factores también aumentan la inflamación crónica y el estrés oxidativo, con lo que son perpetuadores de la sintomatología de la fibromialgia. Una mejora de conjunto en el descanso, la actividad física y la gestión de las emociones serán sin duda de gran ayuda para la adherencia al cambio dietético que finalmente ayudará al paciente a sentirse mejor. También es muy recomendable seguir un estilo de vida saludable que contemple actividades al aire libre, para favorecer la síntesis de vitamina D que se produce en nuestra piel cuando la exponemos al sol. En este sentido, con unos 30 minutos diarios de paseo en horas agradables de sol serán suficientes.

Y entonces, ¿cuál es la mejor dieta para la fibromialgia?

A pesar de que hay muchas dietas que se promueven como la solución para la fibromialgia, no hay suficientes estudios todavía para demostrar que alguna de ellas es superior a otras, y menos todavía que un alimento por sí mismo pueda ser la solución. De momento ni la dieta macrobiótica, ni la del grupo sanguíneo, ni las de exclusión, ni la alcalina y ni siquiera la dieta sin gluten tienen estudios que demuestren que son la panacea para esta u otra enfermedad. Sí hay algún trabajo experimental en el que se ha observado que la dieta vegetariana puede proporcionar mejoraría en pacientes con FM; sin embargo, no son resultados concluyentes, y este tipo de dieta entraña riesgos de déficits nutricionales en algunos nutrientes como el hierro, la vitamina B12, etc. El beneficio observado se debe seguramente al efecto de ordenar la alimentación por un lado, y por otro al aumento de la ingesta de antioxidantes (a través de los alimentos vegetales) y anti-inflamatorios, como los omega-3 de los frutos secos y semillas.

También algunos estudios han valorado si la dieta sin gluten mejora la enfermedad; sin embargo, los datos aún son muy preliminares y los resultados contradictorios. Queda claro que la dieta sin gluten es beneficiosa para los pacientes con FM que además son celíacos, pero no se ha demostrado que este tipo de dieta sea óptima para los pacientes con FM que no tienen ni celiaquía ni sensibilidad al gluten no celíaca. Por tanto, no es recomendable excluir el gluten de la dieta si no es por una intolerancia, en este caso la celiaquía diagnosticada.

De todos modos, las personas que han probado este tipo de cambio dietético en ocasiones encuentran una mejoría de sus síntomas, sobre todo al principio, que está más relacionada con otros aspectos intrínsecos de ese cambio que no tienen que ver con el gluten. Al eliminarlo, se dejan de comer hidratos de carbono refinados y azúcares y además se incrementa el consumo de vegetales, de manera que todo esto ya genera un beneficio para la salud. En general, debemos tener en cuenta que cualquier dieta que elimine grupos de alimentos tiene un riesgo para la salud, pues puede provocar déficits nutricionales que pueden ser muy perjudiciales. Por ejemplo, la eliminación de lácteos, sin ajustar correctamente la alimentación, puede provocar una falta de calcio y de vitamina D, con múltiples consecuencias negativas para la salud, especialmente en las mujeres que justamente son las que más padecen esta enfermedad. A día de hoy, y hasta que no haya más datos basados en la ciencia, la mejor dieta para la fibromialgia es aquella individualizada a cada persona, adaptada a las intolerancias diagnosticadas y a las alteraciones gastrointestinales que puedan existir, y basada en el modelo de Dieta Mediterránea, pues ésta tiene un gran potencial antiinflamatorio y una gran riqueza en nutrientes y antioxidantes.


Según este modelo, hay una serie de consejos básicos que pueden seguirse, como:

  • No pasarse con las calorías: comer lo necesario, ni por exceso, ni por defecto.
  • Comer 3 raciones de fruta y 2 de verdura al día (una cruda y otra cocinada).
  • Tomar raciones moderadas de cereales y pan, pero siempre integrales.
  • Tomar derivados fermentados cada día (1 yogur).
  • Tomar legumbres tres veces por semana (en cantidades pequeñas).
  • Incorporar dos veces por semana pescado azul .
  • Cada día una pequeña ración de frutos secos (nueces, almendras, avellanas) y también de semillas (sésamo, chía, amapola, calabaza).
  • Beber suficientes líquidos, unos 2 litros de agua, también en infusiones, caldos y zumos naturales.
  • Tener horarios ordenados, no saltarse comidas y evitar picar entre horas.
  • Evitar alimentos con alto contenido en azúcares y grasas, cuyo consumo debe ser ocasional (galletas, pastas dulces, refrescos, zumos azucarados, snacks, embutidos, etc). En general, tomar cuantos menos alimentos procesados mejor.

Y en cuanto a suplementos nutricionales, todavía no hay estudios suficientes para una recomendación genérica; sin embargo, algunos pueden ser de gran utilidad para complementar la dieta y conseguir llegar a los requerimientos nutricionales, por ejemplo de vitaminas, de algunos minerales como el magnesio, de ácidos grasos de tipo omega-3, fibras, etc. De manera que esta valoración de nuevo debe hacerse para cada persona y por un profesional de la nutrición. No hay que olvidar que la alimentación debe aportar día a día todos y cada uno de los nutrientes necesarios para mantener el buen funcionamiento de nuestro organismo; por tanto, es un factor crucial que no podemos olvidar, más todavía cuando padecemos una patología crónica.



Texto de la Dra. Laura Isabel ArranzProfesora asociada, Departamento de Nutrición, Ciencias de la Alimentación y Gastronomía de la Universidad de Barcelona.@LauraIArranz
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