Y tal vez por eso, a diferencia de los otros textos citados aquí, su descripción de la tortilla de huevos que asegura acostumbrara comer Catalina la Grande no es tanto un ejemplo de una obra literaria que se encuentra con la cocina, como de una receta enriquecida con toques literarios.
Lo que no hace, sin embargo, a su omelette de la emperatriz menos apetitoso.
"Para dos personas enamoradas se requieren cinco huevos recién puestos por una gallina virgen, media taza de caviar beluga, si es posible traído del mar Báltico, cuatro lonjas finas, pero suculentas, de salmón ahumado de Noruega, mantequilla fresca de campo, cebollines picados, sal, pimienta, dos cucharaditas de crema ácida y, por supuesto, pan tostado. Con delicadeza se quiebran los huevos en un recipiente de porcelana fina -por elegancia y ninguna otra razón- y se baten ligeramente con sal y pimienta. Se calienta la mantequilla en la sartén sagrada de todo buen cocinero y apenas comienza a tomar un colorcillo de piel caribeña, se vierten los huevos. Cuando la omelette está medio cocida por debajo, se desprende con infinita suavidad, susurrándole para convencerla, porque si se violenta pierde su encantadora disposición; se colocan dentro los cebollines y el salmón y se dobla por la mitad, como quien cierra un libro. Para soltarla del todo, los expertos mueven la sartén con un vaivén sincopado de buen bailarín y luego, de un brusco golpe de muñeca, la lanzan por los aires y la recogen volteada, así se dora bien por ambos lados, pero cada vez que lo he intentado me cae en la cabeza. Esas piruetas son puro exhibicionismo, al hacer una omelette, como al hacer el amor, cuenta más el cariño que la técnica. Sírvala en los platos más bellos que consiga, previamente calentados al horno. Coloque encima el caviar y al lado el pan crujiente recién tostado y la crema agria. Después de una noche de amor, éste es el desayuno indicado para seguir amándose sin tregua el resto del día".